Ante el reto de enfrentarse a una enfermedad
crónica, es aconsejable una buena relación entre médico y paciente, basada en
la confianza mutua para un óptimo manejo de la misma. Esta situación, en la que
ambos interaccionan para desarrollar una conducta terapéutica acorde a los
valores y preferencias del paciente, es el modelo que permite la más
abierta comunicación, en la que el enfermo siente la libertad necesaria para
expresar sus dudas e inquietudes. Se ha demostrado que cuando el paciente se
convierte colaborador del médico en la búsqueda y elaboración de alternativas y
toma de decisiones, el cuidado de la salud es realizado de la forma más eficaz.
El médico debe dedicar el tiempo necesario a
explicar el proceso de la enfermedad y aconsejar sobre las actitudes, conductas
y estilos de vida más saludables para el paciente. Es básico informarle sobre
cuál es la naturaleza y los potenciales riesgos de su enfermedad, y de cómo
adaptarse y convivir con ella. También es necesario transmitir la conveniencia
de que él mismo participe activamente en el tratamiento y en su propio cuidado.
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